samedi 7 novembre 2009

La plaza de Cuatro Caminos




في قلب مدينة العرائش، حيث تتقاطع الأزمنة والذكريات، كانت ساحة 20 غشت، أو كما يعرفها العرائشيون بـ"كواطرو كمينوس"، تشكل نبضًا حيويًا لا يتوقف، شاهدًا على حركة المدينة التي لم تعرف السكون يومًا. تلك الساحة التي كانت بوابة عبور لا مفر منها لكل مسافر يشق طريقه من الشمال إلى الجنوب، حاملة على إسفلتها آثار الخطى وقصص القادمين والمغادرين.
في أمسيات الصيف الدافئة، كانت ساحة كواطرو كمينوس تتحول إلى لوحة نابضة بالحياة، كأنها مسرح كبير تزاحمت على خشبته شخصيات متنوعة، كل واحدة منها تحمل قصة تروى. هناك، تحت سماء مرصعة بالنجوم، كانت السيارات تتهادى بخيلاء، تحمل على لوحاتها ترقيمًا بريطانيًا، شاهدة على رحلة طويلة قادمة من بلاد الغربة. بين زوايا الساحة، يمكنك أن تلمح العائلات العائدة من أوروبا، حقائبهم مثقلة بالذكريات وشوقهم إلى رائحة الوطن يفوح من كل حركة وكل كلمة.
أما مقهى الأطلس، فقد كان أكثر من مجرد مكان للاستراحة، كان معلمًا يضج بالحياة، يفتح أبوابه في وجه المسافرين بلا انقطاع، كأنه مأوى لحكايات التائهين. في النهار، كان يعج برواد عابرين، يبحثون عن قهوة ساخنة تُعيد إليهم يقظة الطريق. لكن مع حلول الليل، كان المقهى يتحول إلى عالم مختلف، ملتقى يجتمع فيه الشباب المحليون والمهاجرون، حيث تختلط لهجاتهم ونغمات ضحكاتهم في تناغم عجيب.
كان الضوء الخافت للمصابيح يتسرب عبر زوايا المقهى، يرسم على الأرض ظلالًا متراقصة تضفي على المكان سحرًا خاصًا. على الطاولات، كانت الأحاديث تشتعل بحماس، تتنقل بين قصص الغربة وأحلام العودة، بين تخطيط للمستقبل وتذكر للماضي. وفي الخارج، تحت ضوء القمر الذي بدا وكأنه يراقب المشهد بحنو، كان الشباب يتنافسون في استعراض سياراتهم، أضواءها الساطعة تخترق عتمة الليل، كأنها نجوم إضافية أضيفت إلى السماء.
كانت الساحة تنبض بالحياة ليلًا كأنها لا تعرف للنوم طريقًا. كل ركن فيها يهمس بحكايات الزمن، كل وجه فيها يحمل مزيجًا من الفرح والتعب، وكل ضحكة تُسمع كانت تشبه لحنًا يعزف على وتر الحنين. إنه زمن مضى، لكنه يظل حيًا في ذاكرة كل من مر يومًا من هنا، في تلك الساحة التي كانت قلب العرائش النابض، وحلمًا مفتوحًا على كل الاتجاهات.
في زوايا ساحة كواطرو كمينوس، حيث يلتقي ضجيج المدينة بصمت الليل، كانت مشاهد لا تُنسى ترتسم أمام العابرين. هناك، تحت ظلال الأشجار أو على الأرصفة الملساء، كانت عائلات المهاجرين تجد ملاذًا مؤقتًا، تفرش الأرض كأنها مائدة بسيطة تجمع شمل القلوب قبل البطون. كان الأطفال يضحكون وهم يتقاسمون لقيمات صغيرة، بينما الأبوان يتبادلان نظرات مليئة بالحب والصبر، كأنهما يخفيان خلفها ثقل المسافات التي قطعوها والأيام التي تنتظرهم.
لم يكن المشهد يعبر عن شح الإمكانيات بقدر ما كان لوحة تعكس جمال البساطة وروح التضامن. تلك الوجبات المتواضعة، المحضرة بعناية من مؤونة السفر، كانت تحمل نكهة خاصة، مزيجًا من الحنين للوطن وفرحة العودة. في ذلك الركن المضيء تحت أنوار الساحة، كانت العائلات تجد لحظة سلام، يتقاسمونها مع النسيم العليل وصوت السيارات المارة، كأن المدينة نفسها تبارك لقاءهم.
كان الزمن هناك يتوقف لبرهة، ليحفر تلك اللحظات في ذاكرة كل من شهدها. مشهد عائلات تفترش الأرض لم يكن مجرد تعبير عن الحاجة، بل كان احتفالًا صامتًا بالحياة، بشعور الانتماء وبسحر البقاء معًا رغم كل الظروف. هي لحظات نادرة، تختزلها الصور في الأذهان وتبقى شاهدة على زمن لن يعود، لكنها تحيا دائمًا في قلوب من عاشوها.
وفي الجانب الآخر، كان مقهى كرميلو ملاذًا لشباب المدينة المحليين، حيث امتزجت الضحكات مع نغمات موسيقى تعزف من سيارات متوقفة على جنبات الشوارع. كانت تلك اللحظات، رغم بساطتها، تحمل في طياتها بهجة وألفة يعجز الزمن عن محوها.
وعلى أطراف الساحة، كانت شاحنات الحبوب الضخمة تدخل المدينة وتخرج منها، محملة بخيرات الأرض لتصل إلى شركة إيمانا ومطحنة الدقيق، حيث كان الليل والنهار يندمجان في دوامة عمل لا تتوقف. هنا كان كواطرو كمينوس قلب الصناعة النابض، حيث تلتقي أصوات الآلات مع نداءات العمال، في سيمفونية تُخبرك أن الحياة لا تهدأ أبدًا في هذا المكان.
اليوم، ورغم تغير الزمن واندثار بعض معالم الساحة، تبقى ذكريات كواطرو كمينوس محفورة في قلوب أبناء العرائش. كل زاوية فيها تحمل ذكرى، وكل شارع يُهمس بحكاية، كأنها صفحات من رواية لم تنتهِ بعد، تُخبرنا أن الأماكن ليست مجرد مواقع جغرافية، بل أرواح تتنفس بنا.

En el corazón de la ciudad de Larache, donde los tiempos y los recuerdos se entrecruzan, la Plaza 20 de Agosto, conocida por los larachenses como "Cuatro Caminos", constituía un latido vital incesante, testigo del movimiento constante de una ciudad que nunca conocía el reposo. Esa plaza, que era un portal inevitable para cualquier viajero que recorría el camino del norte al sur, llevaba en su asfalto las huellas y las historias de los que llegaban y partían.

En las cálidas noches de verano, la Plaza Cuatro Caminos se transformaba en un lienzo lleno de vida, como un gran escenario donde se amontonaban personajes variados, cada uno con una historia que contar. Allí, bajo un cielo tachonado de estrellas, los coches avanzaban con elegancia, luciendo matrículas británicas que testificaban un largo viaje desde tierras extranjeras. En los rincones de la plaza, se podían vislumbrar familias que regresaban de Europa, con maletas cargadas de recuerdos y un anhelo por el aroma del hogar que impregnaba cada movimiento y cada palabra.

Por su parte, el Café Atlas era más que un simple lugar de descanso; era un hito lleno de vida, que abría sus puertas sin descanso a los viajeros, como un refugio para las historias de los extraviados. Durante el día, estaba repleto de visitantes fugaces que buscaban un café caliente que les devolviera la energía para continuar el camino. Pero con la llegada de la noche, el café se convertía en un mundo diferente, un punto de encuentro para los jóvenes locales y los emigrantes, donde se mezclaban sus acentos y las melodías de sus risas en una armonía singular.

La luz tenue de las lámparas se filtraba por los rincones del café, dibujando sombras danzantes en el suelo que otorgaban al lugar un encanto especial. En las mesas, las conversaciones se encendían con entusiasmo, alternando entre historias de emigración y sueños de regreso, entre planes para el futuro y recuerdos del pasado. Afuera, bajo la luz de la luna, que parecía observar la escena con ternura, los jóvenes competían exhibiendo sus coches, cuyos faros brillantes atravesaban la oscuridad de la noche, como si fueran estrellas añadidas al cielo.

La plaza latía con vida nocturna, como si desconociera el camino hacia el sueño. Cada rincón susurraba historias del tiempo, cada rostro llevaba una mezcla de alegría y fatiga, y cada risa que se escuchaba era como una melodía que tocaba las cuerdas de la nostalgia. Era un tiempo pasado, pero que sigue vivo en la memoria de todos los que alguna vez pasaron por allí, en esa plaza que era el corazón palpitante de Larache y un sueño abierto en todas las direcciones.

En los rincones de la Plaza Cuatro Caminos, donde el ruido de la ciudad se encuentra con el silencio de la noche, se dibujaban escenas inolvidables frente a los transeúntes. Allí, bajo la sombra de los árboles o en las aceras lisas, las familias de emigrantes encontraban un refugio temporal, extendiendo el suelo como si fuera una sencilla mesa que unía corazones antes que estómagos. Los niños reían mientras compartían pequeños bocados, mientras los padres intercambiaban miradas llenas de amor y paciencia, como si ocultaran tras ellas el peso de las distancias recorridas y los días que les esperaban.

La escena no reflejaba una escasez de recursos, sino que era un cuadro que mostraba la belleza de la simplicidad y el espíritu de solidaridad. Esas comidas humildes, preparadas con esmero a partir de las provisiones del viaje, tenían un sabor especial, una mezcla de nostalgia por el hogar y la alegría del regreso. En ese rincón iluminado bajo las luces de la plaza, las familias encontraban un momento de paz, compartido con la brisa suave y el sonido de los coches que pasaban, como si la misma ciudad bendijera su reencuentro.

El tiempo allí se detenía por un momento, para grabar esos instantes en la memoria de todos los que los presenciaban. La imagen de las familias en el suelo no era solo una expresión de necesidad, sino una celebración silenciosa de la vida, del sentido de pertenencia y de la magia de permanecer juntos a pesar de todas las circunstancias. Son momentos raros que las imágenes retienen en la mente y que permanecen como testigos de un tiempo que no volverá, pero que vive siempre en los corazones de quienes lo vivieron.

En el otro extremo, el Café Carmelo era un refugio para los jóvenes locales de la ciudad, donde las risas se mezclaban con las melodías de la música que sonaba desde los coches estacionados en las calles. Esos momentos, a pesar de su sencillez, llevaban consigo una alegría y una camaradería que el tiempo no puede borrar.

En los límites de la plaza, los enormes camiones de grano entraban y salían de la ciudad, cargados con los frutos de la tierra para llegar a la empresa Imana y al molino de harina, donde el día y la noche se fusionaban en un torbellino de trabajo incesante. Aquí, Cuatro Caminos era el corazón palpitante de la industria, donde los sonidos de las máquinas se mezclaban con los gritos de los trabajadores en una sinfonía que anunciaba que la vida nunca se detiene en este lugar.

Hoy, a pesar del cambio de los tiempos y la desaparición de algunos elementos de la plaza, los recuerdos de Cuatro Caminos permanecen grabados en los corazones de los habitantes de Larache. Cada rincón guarda un recuerdo, cada calle susurra una historia, como si fueran páginas de una novela interminable que nos recuerda que los lugares no son solo ubicaciones geográficas, sino almas que respiran con nosotros.













3 commentaires:

  1. que alegria de volver haber l' Hostal flora cuando hibamos en los anos 60 con mis ios y primos habia unos columpios para que los ninos jugaran &Quel plaisir& Bravo Hussan j'adore!!

    RépondreSupprimer
  2. la 4ª fotografia que se vé 4Caminos y la mezquita a la derecha la hice yo. Antonio Lozano en agosto del 2009, desde el ático del edificio más alto.



    RépondreSupprimer
    Réponses
    1. Asombroso, solo me gustaría saber la localización más precisa del Estadio y de la iglesia de santa bárbara, intenté buscarlos en google maps y no los he encontrado.

      Supprimer