¿Qué larachense olvidó la época veraniega? Creo que ninguno porque “nuestra playa”, la de la otra banda era única. Las vacaciones estivales siempre fueron, fabulosas. Todos los días los pasábamos en la playa .
Bien temprano cargábamos los aperos playeros y nos dirigíamos al embarcadero. Tan pronto llegar, el Chato (“nuestro botero”), estaba listo para recibirnos. Al llegar al embarcadero nos poníamos a brincar a lo loco para entrar al bote, el cual, dando bandazos de un lado a otro nos ponía, a pique de caer al mar. Afortunadamente eso, nunca pasó. Me gustaba remar y a pesar de que cuando comencé, andaría por los 10 o 12 años, el botero me cedía un remo y él con el otro tratábamos de adelantarnos a los otros botes. La competencia era dura pero yo..., jamás me arredré.
No puedo negar que llegaba a la otra banda, reventada por el cansancio. A pesar de todo era sabroso zambullirte en las “escalerillas” o, en los “bloques” del espigón y así, todo el cuerpo recobraba su vigor. Generalmente toda la familia, pasaba, casi todo el verano en la playa. Cuando éramos unos críos mis padres nos acompañaban, pero a medida que fuimos creciendo lo hacíamos solos.
“la otra banda” de mi infancia y juventud. ¿Recuerdan las rocas? Ese lugar tan apreciado por los nadadores. No teníamos trampolines, pero no hacían falta. Una buena zambullida desde el roquedal me satisfacía más, que cualquier plancha. Cangrejos paseándose entre los adheridos moluscos y enormes rocas decoradas de verde musgo largo, tan suave al tacto como la cabellera de míticas sirenas. Nadar, juguetear en el agua y a la salida, lanzarte sobre esa arena blanca y esponjosa de la playa de las olas, es hasta hoy un recuerdo imborrable. El promontorio de Punta negra era, muy agreste. Cerca de él se habían formado unas dunas donde crecían unos cuantos arbustos espinosos, bastante desagradables. Decían que por allá había culebras y otras alimañas. Nunca creí en ese cuento, según parece lo decían para evitar que, nos alejásemos demasiado de la playa.
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Aún veo la elevada proa del “Pax”, ese barco mercante que encalló, a finales del S. XIX (o principios del XX), cerca de la playa de las escalerillas. Cuando la marea bajaba, se formaba una especie de laguna alrededor de sus restos. Fue ahí mismo donde aprendí a nadar. Afortunadamente el recuerdo, no desaparecerá, porque las fotos que conservo seguirán siendo testimonio de aquella era inolvidable.
No puedo negar que llegaba a la otra banda, reventada por el cansancio. A pesar de todo era sabroso zambullirte en las “escalerillas” o, en los “bloques” del espigón y así, todo el cuerpo recobraba su vigor. Generalmente toda la familia, pasaba, casi todo el verano en la playa. Cuando éramos unos críos mis padres nos acompañaban, pero a medida que fuimos creciendo lo hacíamos solos.
“la otra banda” de mi infancia y juventud. ¿Recuerdan las rocas? Ese lugar tan apreciado por los nadadores. No teníamos trampolines, pero no hacían falta. Una buena zambullida desde el roquedal me satisfacía más, que cualquier plancha. Cangrejos paseándose entre los adheridos moluscos y enormes rocas decoradas de verde musgo largo, tan suave al tacto como la cabellera de míticas sirenas. Nadar, juguetear en el agua y a la salida, lanzarte sobre esa arena blanca y esponjosa de la playa de las olas, es hasta hoy un recuerdo imborrable. El promontorio de Punta negra era, muy agreste. Cerca de él se habían formado unas dunas donde crecían unos cuantos arbustos espinosos, bastante desagradables. Decían que por allá había culebras y otras alimañas. Nunca creí en ese cuento, según parece lo decían para evitar que, nos alejásemos demasiado de la playa.
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Aún veo la elevada proa del “Pax”, ese barco mercante que encalló, a finales del S. XIX (o principios del XX), cerca de la playa de las escalerillas. Cuando la marea bajaba, se formaba una especie de laguna alrededor de sus restos. Fue ahí mismo donde aprendí a nadar. Afortunadamente el recuerdo, no desaparecerá, porque las fotos que conservo seguirán siendo testimonio de aquella era inolvidable.
Me ha encantado encontrar tu blog. Me acuerdo de todo lo que pones. Nací y vivi en larache hasta los 10 años y fue una felicidad todo este tiempo vivido alli. Un abrazo. Teresa
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